El 1 de enero es la Jornada Mundial de la Paz. En la noche santa los ángeles lanzan este
grito de gozo: “¡Paz en la Tierra a los
hombres amados por el Señor!”. Esa paz, sin embargo, no es un paquete que
nosotros tenemos simplemente que recibir: la paz Dios nos la regala como un compromiso
para asumir, y nos da la fuerza y el amor necesarios para llevar adelante este
compromiso.
Hno. Alberto Degán
Cuando recibimos
este regalo, el primer paso que hay que dar para realizar la paz es llegar a
estar conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor. Eso no es nada fácil.
Como decía George Orwell, ver lo que está delante de nuestras narices exige un
esfuerzo constante y continuo. La pandemia que estamos viviendo, entre otras cosas,
ha creado una especie de neblina que nos impide aún más ver la realidad. Me
refiero al hecho de que los medios de comunicación hablan mucho de coronavirus,
y todo lo demás – los otros problemas y desafíos – a menudo quedan escondidos, ‘invisibilizados’.
El papa, en su Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz de este año, nos ayuda a echar un poco de luz
sobre esta realidad ‘escondida’: “El
presupuesto para la instrucción y la educación, consideradas como un gasto más
que como una inversión, ha disminuido significativamente a nivel mundial en los
últimos años. Sin embargo, estas constituyen los principales vectores de un
desarrollo humano integral: hacen a la persona más libre y responsable”. No es
casual que los gastos para la instrucción, que hacen a las personas libres y
responsables, han disminuido. Porque los que algunos llaman ‘Poderes fuertes’
no están interesados en formar a personas libres, sino más bien en formar a
personas ‘alineadas’ con la cultura dominante y que acepten pasivamente lo que
se les diga.
Frente a la
disminución del presupuesto para la instrucción, afirma el papa, “los gastos militares, en cambio, han
aumentado, superando el nivel registrado al final de la “guerra fría”, y
parecen destinados a crecer de modo exorbitante”. Así
es necesario “un cambio en la relación
entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos
reservados a los armamentos”. En
otras palabras, el papa desea que los Gobiernos gasten menos plata en armas y
más plata en la instrucción.
Esta preocupación
la comparten también los científicos que el mes pasado han dirigido una propuesta
a todos los Gobiernos del mundo. Ese llamamiento lo han firmado 50 Premios
Nobel, incluyendo al Dalai Lama: “El
gasto militar mundial se ha duplicado desde 2000. Se acerca a los 2 billones de
dólares anuales y está aumentando en todas las regiones del mundo”. Se trata di “un
desperdicio colosal de recursos que podría usarse de manera mucho más
inteligente”. La propuesta consiste en eso: ”que los Gobiernos de todos los Estados miembros
de la ONU negocien una reducción común en su gasto militar del 2% cada año,
durante cinco años, y que la mitad de los recursos liberados por este acuerdo
se destine a un Fondo global, bajo la supervisión de las Naciones Unidas, para
abordar los graves problemas comunes de la humanidad: pandemias, cambio
climático y pobreza extrema”. Los científicos
subrayan que estos desafíos se podrán afrontar y resolver sólo a través de la colaboración de todos. Lamentablemente,
ese llamamiento de los premios Nobel ha pasado casi desapercibido porque los
medios de comunicación no le han dado relevancia. Sin embargo, aunque no
queremos verlo, el problema queda: muchos recursos que deberíamos utilizar para
afrontar la crisis pandémica y climática se usan para multiplicar los gastos
militares.
La
propuesta de esos científicos, en realidad, es una ‘vieja’ propuesta de la
Iglesia católica, desde Pablo VI hasta el papa Francisco, que en su encíclica “Fratelli
Tutti”, escribe: “Con el dinero que se usa en armas y otros
gastos militares, constituyamos un Fondo mundial, para acabar de una vez con el
hambre y para el desarrollo de los países más pobres” (262).
Preguntémonos:
las comunidades cristianas, en los distintos países, ¿hemos acogido este
llamamiento del papa, inspirado en el Evangelio de la paz? Como comunidad cristiana,
¿hemos presentado propuestas concretas para reducir los gastos militares y así
invertir más en la salud, la instrucción y en la lucha contra la pobreza? Si no
nos comprometemos en este ámbito, ¿qué sentido tiene celebrar la paz que
anuncian los ángeles en Navidad?
En
su Mensaje para la Jornada de la Paz Francisco habla de cosas muy concretas: de
trabajo, de cambio climático, de desigualdades y de gastos militares.
Generalmente, nosotros pensamos que la espiritualidad no tenga nada que ver con
la realidad económica y política. En cambio, la paz de la cual habla Jesús es
una paz que se realiza a través de acciones muy concretas. Si reducimos la
espiritualidad a devociones desencarnadas, la paz se convierte en una palabra
vacía.
Entonces, ¡que los ángeles nos ayuden a hacer concreta
y auténtica nuestra vida espiritual y nuestra vida de fe! “¡Paz en la Tierra a
los Hombres que ama el Señor!”.
Después de hablar de instrucción y gastos militares el
papa, en su Mensaje, trata otro tema fundamental para la construcción de la
paz: el tema del trabajo y del respeto de los Derechos Humanos en el trabajo. A
este respecto Francisco afirma que es necesario “promover la cultura del cuidado”,“para
que el beneficio (individual) no sea el único principio rector” de nuestra
economía.
Francisco subraya que “los
trabajadores precarios son cada vez más vulnerables”, y que esta vulnerabilidad afecta la mayoría de la
humanidad. De hecho, “sólo un tercio de la población mundial en edad laboral
goza de un sistema de seguridad social”, o sea, goza de los derechos
sindicales. Se trata de una situación de injusticia que, según el papa, “sofoca
la libertad y la dignidad de las personas, envenenando la economía e impidiendo
que se fomente el bien común”.
¿Cuál es la solución? “Promover en todo el mundo condiciones laborales
decentes y dignas, e impulsar una responsabilidad social renovada”. Por eso es necesario“estimular y sostener las iniciativas que instan
a las empresas al respeto de los Derechos Humanos fundamentales de las trabajadoras
y los trabajadores”.
¿A quién le toca realizar todo eso?“En este aspecto la
política está llamada a desempeñar un rol activo”, sostiene Francisco. Preguntémonos:
como cristianos, como comunidad cristiana, ¿nos preocupamos de eso? ¿estamos
pidiendo y exigiendo a nuestros políticos que tomen iniciativas concretas para
garantizar los derechos de los trabajadores y trabajadoras? ¿o es un problema
que como creyentes no nos interesa?
La paz que anuncian los ángeles en Belén se realiza
concretamente también a través de un compromiso social y político: “Todos
aquellos que actúan en este campo, comenzando por los trabajadores y los
empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la Doctrina Social de la Iglesia” dice Francisco.Nosotros
los cristianos, ¿conocemos y seguimos la Doctrina Social de la Iglesia, que es
la aplicación del Evangelio del amor a la esfera de lo social? ¿estamos
interesados en realizar la paz anunciada por los ángeles?
También en su homilía para la Misa de Navidad de la semana pasada el
papa, contemplando el pesebre, ha hablado de los derechos de los trabajadores: “Miremos otra vez más el nacimiento y observemos que
Jesús al nacer está rodeado precisamente de los pequeños, de los pobres. Son
los pastores. Eran los más humildes. Estaban allí para trabajar, porque eran
pobres y su vida no tenía horarios. Y Jesús nace allí, cerca de ellos, cerca de los olvidados de las periferias. Viene donde la dignidad del hombre es puesta a prueba… Esta noche, Dios viene a colmar de dignidad la dureza del trabajo.
Nos recuerda qué importante es dar
dignidad al hombre con el trabajo, pero también dar dignidad al trabajo del hombre, porque el hombre es señor y no
esclavo del trabajo”.
Francisco nos
empuja a vivir una espiritualidad encarnada: contemplar el pesebre implica
darnos cuenta de que Jesús quiere estar cerca, ante todo, de los olvidados y
explotados, implica comprometernos para que a todos se les reconozca su
dignidad como hijos de Dios y hermanos de Jesús.
Cuando el papa
habla de derechos de los trabajadores, se refiere, entre otras cosas, al
derecho a la seguridad en el trabajo, al derecho a un salario justo y digno, y
al derecho de hacer respetar las leyes. Por ejemplo, en nuestro país existe una
ley sobre el salario básico, pero en muchos casos esa ley no la respetan, y
muchas personas trabajan 12 horas al día por 10 dólares al día. Entonces, la
cuestión de los derechos de los trabajadores está relacionada con la de las
crecientes desigualdades. El ”World
Inequality Report” (Informe sobre la desigualdad a nivel mundial”) de 2022 nos informa que la mitad más pobre de los habitantes
del Planeta posee sólo el 2% de la riqueza total; mientras que el 10% más rico
posee el 76% de los recursos mundiales.
Esa desigualdad no es fruto de una fatalidad, sino que es el resultado
de concretas decisiones políticas neoliberales, que de hecho han disminuido o
hasta eliminado muchos derechos de los trabajadores, han multiplicado las
privatizaciones y han desmantelado el Estado Social.
Y también este problema está ‘escondido’ bajo la ‘niebla’ de la pandemia:
casi ningún político habla de esta cuestión. Pero gracias a Dios, el papa, con
su Mensaje para la Jornada Mundial de la paz, nos enciende una luz, una luz que
puede re-orientar nuestro camino e indicarnos el desafío que estamos llamados a
afrontar en este Tercer Milenio: salir de la economía de la acumulación y del
beneficio individual, que considera el enriquecimiento de pocos como el único
criterio rector de nuestra economía, y construir una cultura del cuidado y de la fraternidad.
Entrar en la cultura y en la economía del cuidado significa dar
prioridad a la vida del Planeta y de la Humanidad, en lugar de darla al
beneficio ‘provisional’ de una pequeña minoría. Digo ‘provisional’ porque
dentro de poco tiempo tampoco esta pequeña minoría podría gozar de sus
desmesuradas ganancias si el Planeta muere. Las generaciones futuras nos
juzgarán y nos condenarán duramente por haber aceptado pasivamente esa
situación de injusticia y desigualdad.
Una vez más, exhortándonos a realizar la paz, Francisco habla de cosas
muy concretas y nos invita a ver en toda su verdad la realidad que está delante
de nuestras narices: vivimos en un mundo en el cual se ha globalizado la
desigualdad, se ha globalizado el desmesurado gasto militar, la injusticia y el
desprecio de los Derechos Humanos. El papa nos llama a una gran conversión: “promover la cultura del cuidado”, o
sea, pasar de la economía del interés privado e inmediato a la economía de la
fraternidad, que cuida de la comunidad y de la Naturaleza. Esa conversión ya no
se puede postergar: es una cuestión de vida y de muerte.
“¡Gloria a Dios en el cielo y en la Tierra paz los hombres que ama Señor!”. Les deseo que en
2022 los ángeles nos ayuden a realizar este anuncio con una espiritualidad
concreta, encarnada en los desafíos de nuestra época.
El perdón cura las heridas provocadas por el resentimiento y renueva las personas, las familias, las comu- nidades y la vida social. El perdón es la clave de nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos El perdón es una necesidad. Si no perdono, no puedo ser perdonado. El perdón es un proceso, este es, un continuo crecimiento hacia la libertad interior. No olvidemos que algunas experiencias son tan dolorosas que requieren mucho tiempo transcurrido en el perdón.