Algo de mí
Soy
Jalver Lizcano González, nacido en el municipio de la Esmeralda, departamento
de Arauca, llanos orientales de Colombia.
El segundo de 5 hermanos, recibí la fe y el ejemplo de mis padres casados. Mi
padre llego a Arauca y trabajó como maestro de construcción, mi madre trabajó desde
muy joven como empleada. Mis años en los estudios de primaria y secundaria
fueron en mi pueblo. Comencé teniendo contacto parroquial mediante el grupo de
acólitos, iniciando mi adolescencia comencé a participar del grupo juvenil;
estos dos ambientes generaron en mí una inquietud vocacional. Después de un
discernimiento comencé el proceso vocacional con la Diocesis de Arauca, al recibir
mi aceptación para el seminario, inicié mis estudios de filosofía en la ciudad
de Bogotá, pero trascurridas algunas dificultades me retiré del proceso.
Teniendo
un contacto años atrás con la Central de Juventudes sigo con mi formación y
consagración como Misionero de la Juventud prestando mis servicios en el
apostolado juvenil de la Arquidiócesis de Ibagué, después de esta bella
experiencia vuelvo a Bogotá donde se da la oportunidad de estudiar psicología
en la Universidad Católica de Colombia, además de seguir estudios de misionología
en las Obras Misionales Pontificias, esto acompañado de mi apostolado juvenil en
la Diocesis de Engativa.
Vida de seminario con los
combonianos
Realizando
el trabajo juvenil de la Diócesis, conocí el carisma comboniano por medio de
uno de los Hermanos que vivía en el Centro Internacional de Formación para Hermanos
(CIFH), de esta manera entré en contacto con el Padre Luis Alfredo quien era el
promotor vocacional del momento y con los respectivos diálogos inicié mi
proceso de aspirantado, siendo luego promovido a la etapa de postulantando. Para
ello empecé en Bogotá con los estudios en la Conferencia de Religiosos de
Colombia (CRC), un momento de grandes aprendizajes de los diferentes carismas
de las comunidades con quienes tenía contacto. Luego continué en la ciudad de
Medellín con mis estudios de filosofía en la Universidad Pontificia
Bolivariana.
De
esta etapa recuerdo la pastoral realizada en Altos de Casuca en Soacha, como también
en el barrio Olaya de la ciudad de Medellín con algunos asentamientos de
población afro que acompañábamos; de manera especial a los niños, brindando
catequesis y reforzamiento escolar. Esta experiencia estuvo marcada por las
sonrisas y abrazos de aquellos niños y niñas que vivían en medio de
innumerables conflictos tanto familiares como de su barrio, pero con las ganas
de aprender.
Luego
mi paso fue dado hacia el Noviciado Continental en Xochimilco – México, dieciocho
meses de gracia espiritual para conocer y vivir más profundamente la
espiritualidad comboniana. En esta etapa me marcó la experiencia de vivir durante 3 meses dentro
del pueblo mixteco, que además del chile y la tortilla, me brindaron un cariño
de familia, siendo el “padre” (como ya me
consideraban), tenía autoridad en el pueblo, como uno de sus ancianos que se
distinguían de tener el sombrero blanco, junto al cantor del pueblo, las
tradiciones religiosas se celebran según dicten sus autoridades, sobre todo las
fiestas de santos y del patrón como cariñosamente le nombran.
¿Por qué misionero comboniano?
En
México terminé esta etapa con la aceptación a mis primeros votos como religioso
y luego fui destinado al escolásticado Internacional de Lima para seguir con mi
etapa de estudios teológicos. Allí continué con mis estudios de psicología en
la Pontificia Universidad Católica del Perú; allí, a través de los trabajos de
campo tuve contacto con la realidad del pueblo peruano y profundizar en su
historia, acompañando a mujeres que habían perdido sus familiares en la época
del terrorismo.
En
nuestro programa de formación teníamos las experiencias de misión (en verano,
enero - marzo) en comunidades apartadas de la selva y sierra, donde el sacerdote
encargado solo puede llegar una vez año por motivos de distancias y el extenso
territorio que tiene a cargo. Los fines de semana el tiempo era para acompañar
a la comunidad de Pamplona Alta en la periferia de Lima; mi labor pastoral
estuvo dividida en varios momentos con niños, jóvenes y adultos. Recuerdo de
manera especial el trabajo con jóvenes, por la amistad y cercanía que tenía con
ellos y en especial de sus ganas de luchar a pesar de vivir en la precariedad.
Los Votos Perpetuos y
Diaconado
Después
de 4 años y medio regresé a Colombia para la profesión de votos perpetuos que
por motivos de la pandemia fue limitado a la capilla de la comunidad san Daniel
Comboni en Bogotá. Fue un momento de bendición que, junto con mi familia,
personas cercanas y algunos misioneros sentí la alegría de poder hacer mi
entrega para las misiones. Con una mayor participación se realizó la ordenación
diaconal en la parroquia de San Felipe Apóstol de la Diócesis de Engativa.
Este
momento acompañado de la alegría, cantos y bailes afros despertó en mí el deseo
de trabajar para no perder la riqueza de tantos hermanos y hermanas que nos
rodean. La alegría expresada en estos cantos y bailes me llevaron a pensar en
seguir apostando por una labor pastoral que siga integrando a la Iglesia el
sentir de cada hermano y hermana que así lo desea. De esta manera he dado dos
pasos muy importantes en este caminar misionero. Y me sigue motivando a seguir adelante
el sueño de Dios, “amarnos los unos a los otros” dejando de lado diferencias
culturales, clases sociales.
Mensaje a los jóvenes
Que
tengamos la capacidad de ver cómo cada uno puede ayudar en la construcción de
un mundo más justo para todos. Este sueño de Dios necesita de nosotros; el
mundo en que vivimos necesita jóvenes que se atrevan a seguir soñando, que sean
creativos y aporten desde lo que tienen y aprendan cada día, jóvenes que
quieran ser generosos con el talento que Dios ha puesto en sus vidas, jóvenes
que quieran revivir la esperanza de quienes la han perdido, jóvenes que quieran
entregar su vida al servicio de los más necesitados, que quieran ser misioneros
ad gentes. ¡Ánimo!
El perdón cura las heridas provocadas por el resentimiento y renueva las personas, las familias, las comu- nidades y la vida social. El perdón es la clave de nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos El perdón es una necesidad. Si no perdono, no puedo ser perdonado. El perdón es un proceso, este es, un continuo crecimiento hacia la libertad interior. No olvidemos que algunas experiencias son tan dolorosas que requieren mucho tiempo transcurrido en el perdón.