Hay un deseo de compartir un sueño que está en la raíz de la encíclica
Fratelli tutti (FT): "un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social
que no se limita a las palabras" (n. 6), un sueño que debe hacerse juntos
"como una sola humanidad, como caminantes hechos de la misma carne humana,
como hijos de esta misma tierra que nos alberga a todos, cada uno con la
riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, ¡todos
hermanos y hermanas! (n. 8).
El de una sociedad fraterna es un sueño antiguo, que se encuentra
también en el mensaje de Francisco de Asís, llamado "padre
fructífero" (n. 4) precisamente porque fue capaz de despertarlo, pero
hasta ahora se ha roto. Sin embargo, es un sueño demasiado precioso para
renunciar a él. Por esta razón el punto de llegada de la encíclica es la nueva
propuesta del llamamiento a la paz, la justicia y la fraternidad con el que se
abre el Documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la
coexistencia común, firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu Dhabi junto con
Ahmad al-Tayyib, Gran Imán de Al-Azhar, la mezquita-universidad de El Cairo.
Ese documento es una de las fuentes del FT, pero sobre todo el Gran Imán es su
interlocutor privilegiado, repetida y ampliamente citado.
Los tres pasos de la encíclica
La hermandad es un tema clásico en la imaginación católica y en la
predicación de la Iglesia, en la que ciertamente no faltan contribuciones.
Preste atención a los pasajes con los que el Papa Francisco marca su discurso y
destaca sus elementos de originalidad. En particular, el texto señala tres
pasajes que conducen a la formulación del llamamiento final: 1) la toma de
conciencia de la urgencia de la fraternidad a partir de la realidad en la que
vivimos; 2) la profundización del análisis que pone de manifiesto las
motivaciones y los obstáculos a un nivel más fundamental; 3) la identificación
de caminos concretos por los que el Papa invita a todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, empezando por los miembros de la Iglesia, a avanzar para
concretar el horizonte de fraternidad y de amistad social.
La urgencia de la fraternidad
El punto de partida es la toma de conciencia de la paradoja de nuestra
época que, ante la creciente globalización, corresponde a un grado igualmente
elevado de fragmentación y aislamiento: "A pesar de estar hiperconectados,
se ha producido una fragmentación que ha dificultado la solución de los
problemas que nos afectan a todos". (n. 7). El brote de la pandemia
COVID-19, que se produjo mientras se escribía el FT, sólo hizo que esta
paradoja fuera aún más evidente. Es una dinámica que atraviesa todas las
dimensiones de la vida social: "Los conflictos locales y el desinterés por
el bien común están siendo explotados por la economía mundial para imponer un
modelo cultural único. Esta cultura unifica el mundo pero divide a las personas
y las naciones, porque "la sociedad cada vez más globalizada nos hace
cercanos, pero no nos hace hermanos". A pesar de nuestros aparentes lazos,
estamos más solos que nunca en este mundo masificado que privilegia los
intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia.
Más bien, los mercados están creciendo, donde la gente juega el papel de
consumidores o espectadores. El avance de este globalismo normalmente favorece
la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero trata de
disolver las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más
vulnerables y dependientes (n. 12).
La reacción, opuesta pero igualmente destructiva, es una nueva explosión
de reivindicaciones particulares: "Se encienden conflictos anacrónicos que
se consideraban anticuados, cerrados, exasperados, resurgentes y agresivos
nacionalismos. En varios países, la idea de la unidad del pueblo y la nación,
imbuida de diferentes ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y pérdida de
sentido social que se disfrazan como una supuesta defensa de los intereses
nacionales" (n. 11). Y esto da nueva linfa a la cultura del desperdicio,
porque lleva a considerar a algunos seres humanos de segunda categoría,
"prescindibles en beneficio de una selección que favorece a un sector
humano digno de vivir sin límites" (n. 18).
No se trata de una lectura ideológica de la realidad, sino de un sondeo
cuidadoso y radical: "Hay que tratar de identificar bien los problemas por
los que pasa una sociedad para aceptar que hay diferentes maneras de ver las
dificultades y de resolverlas" (n. 228). Además de los datos de la
realidad, entra en juego una pluralidad de referencias, a partir de la Palabra
de Dios y la tradición de la Iglesia.
Por esta razón, en el capítulo 2 el Papa Francisco propone tomar como
referencia la parábola del buen samaritano, con la intención de "buscar
una luz en medio de lo que estamos viviendo, y antes de establecer algunas
líneas de acción" (n. 56). Es un icono iluminador, capaz de resaltar la
opción básica que estamos llamados a hacer todos los días: frente a la
parábola, "caen nuestras muchas máscaras, nuestras etiquetas y nuestros
disfraces: es la hora de la verdad". ¿Nos inclinaremos para tocar y curar
las heridas de los demás? ¿Nos inclinaremos para cargarnos unos a otros sobre
los hombros?" (n. 70).
La ley del amor y el valor de la dignidad
"Abrir", término que aparece en el título de los capítulos 3 y
4, marca el segundo pasaje, marcado por el verbo "interpretar". Es
una fase indispensable, pero delicada, porque está expuesta a engaños,
ilusiones y seducciones de diverso origen, así como a la incertidumbre y al
desánimo. Por esta razón, se recuerda inmediatamente la dinámica humana
fundamental, la del amor que empuja a uno fuera de sí mismo y que por lo tanto
representa la clave interpretativa fundamental. El amor: "crea vínculos y
amplía la existencia cuando hace que la persona salga de sí misma hacia el
otro. Estamos hechos para el amor y hay en cada uno de nosotros "una
especie de ley del 'éxtasis': salir de nosotros mismos para encontrar en los
demás un aumento del ser". (n. 88). Pero el amor implica "algo más
que una serie de acciones caritativas". Las acciones derivan de una unión
que se inclina cada vez más hacia el otro, considerándolo precioso, digno,
agradable y bello, más allá de las apariencias físicas o morales" (n. 94).
Esta es la base sobre la que es posible construir una amistad social que no
excluya a nadie y una fraternidad abierta a todos.
La piedra angular para pasar de la clausura a la apertura es "un
reconocimiento básico, imprescindible para caminar hacia la amistad social y la
fraternidad universal: darse cuenta de lo que vale un ser humano, de lo que
vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia" (n. 106). En el
corazón del FT está, de hecho, el reconocimiento de la dignidad inalienable de
cada ser humano. En el plano de las ideas, todos estamos convencidos de ello,
pero cuando esta conciencia se reduce al nivel de la concreción, "nos
presenta una serie de retos que nos mueven, nos obligan a asumir nuevas
perspectivas y a desarrollar nuevas respuestas" (n. 128).
La primera cuestión es la de los migrantes (nn. 129-141), que debe
inscribirse en la lógica de la donación mutua y la gratuidad: "Esto
permite acoger al extranjero, aunque de momento no aporte un beneficio
tangible. Sin embargo, hay países que afirman que sólo acogen a científicos e
inversores" (n. 139). La segunda es la de la tensión entre lo local y lo
universal (nn. 142-153), dentro de la cual se juega hoy en día la cuestión de
las identidades. La respuesta no puede ser una estandarización que estandarice,
pero tampoco el cierre y la retirada: "En realidad, una apertura saludable
nunca contrasta con la identidad. [...] El mundo crece y se llena de nueva
belleza gracias a las sucesivas síntesis que se producen entre culturas
abiertas, fuera de cualquier imposición cultural" (n. 148).
Elegir la fraternidad
Reconocer la situación que estamos viviendo y aclarar las referencias
con las que interpretarla se abre al paso de "elegir", es decir,
identificar las áreas en las que jugar el compromiso de construir la
fraternidad y la amistad social. Los últimos cuatro capítulos de FT están
dedicados a esto.
En particular, el capítulo 5 trata del compromiso de la política,
aclarando desde el principio el enfoque que propone: "Para hacer posible
el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de construir la fraternidad de
los pueblos y naciones que viven la amistad social, es necesaria la mejor
política, puesta al servicio del verdadero bien común. Sin embargo,
lamentablemente, la política actual adopta a menudo formas que obstaculizan el
camino hacia un mundo diferente" (n. 154).
El capítulo 6 ofrece ideas sobre el diálogo, un tema que siempre ha sido
querido por el Papa Francisco: "No hay necesidad de decir para qué sirve
el diálogo. Me basta con pensar en lo que sería el mundo sin el paciente
diálogo de tantas personas generosas que han mantenido unidas a las familias y
las comunidades. El diálogo perseverante y valiente no llega a los titulares
como los enfrentamientos y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a
vivir mejor, mucho más de lo que podemos darnos cuenta" (n. 198). Un largo
desarrollo (nn. 206-214) está dedicado a la relación entre la verdad y el
diálogo.
El capítulo 7, titulado "Caminos hacia un nuevo comienzo",
trata de una cuestión especialmente espinosa: ¿qué significa trabajar para
resolver y superar los conflictos, como es necesario hacerlo desde la
perspectiva de la paz y la amistad social, sin negar la verdad de las causas
que los desencadenaron y sobre todo los efectos que produjeron, lo que
supondría una nueva violación de la dignidad de las víctimas? El diálogo está
llamado a convertirse en un instrumento de reconciliación, que no puede omitir
la búsqueda de la verdad: "La verdad es decir a las familias destruidas
por el dolor lo que les sucedió a sus parientes desaparecidos". La verdad
es confesar lo que pasó con los menores reclutados por los trabajadores de la
violencia. La verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de la
violencia y el abuso. [...] Toda violencia cometida contra un ser humano es una
herida en la carne de la humanidad; toda muerte violenta nos
"disminuye" como personas" (n. 227).
Por último, el capítulo 8, que culmina con el llamamiento "por la
paz, la justicia y la fraternidad" (n. 285) que retoma el documento de Abu
Dhabi, reflexiona sobre la tarea de las religiones al servicio de la
fraternidad en el mundo, es decir, sobre el papel insustituible que pueden
desempeñar incluso dentro de las sociedades pluralistas y secularizadas (n.
274).
La última palabra: la oración
La última palabra es la invitación a la oración, es decir, la invitación
a los creyentes a ponerse a trabajar por la fraternidad y la amistad social de
una manera auténticamente religiosa. La oración no es de hecho una renuncia a
las propias responsabilidades, sino la apertura en el corazón de cada creyente
de un espacio de encuentro con la alteridad más radical, la de Dios. El papel
de las religiones como catalizadores del diálogo y la armonía en la sociedad no
puede prescindir de esta raíz auténticamente mística.
El perdón cura las heridas provocadas por el resentimiento y renueva las personas, las familias, las comu- nidades y la vida social. El perdón es la clave de nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos El perdón es una necesidad. Si no perdono, no puedo ser perdonado. El perdón es un proceso, este es, un continuo crecimiento hacia la libertad interior. No olvidemos que algunas experiencias son tan dolorosas que requieren mucho tiempo transcurrido en el perdón.