Revista Digital de los Misioneros Combonianos 
en América y Asia

GUATEMALA
Una pobreza poco evangélica    

Francesco Camarote desde Pontedera (Italia)     

Desde hace dos años participo en Verona en las actividades para jóvenes que organizan los Misioneros Combonianos. Los conocí y me identifiqué con su carisma en la región del Véneto. Desde el primer momento me impactó el interés de Comboni por el pueblo africano y su postura frente a la esclavitud en aquellos tiempos, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los países europeos ansiaban hacerse dueños de todo el mundo. María Teresa, una laica que conocí en Verona, me propuso participar en una experiencia misionera en Guatemala que estaba organizando junto al hermano comboniano Antonio Soffientini. Decidí ir a América Latina cuando escuché hablar de monseñor Romero: me impresionó su vida, que todavía sigue marcando a mucha gente. En las clases de español y en los encuentros preparatorios sobre la historia y la cultura guatemaltecas, María Teresa nos decía que no íbamos solo para ver, sino para vivir con la gente y compartir nuestra vida con ellos. Para que nos empapáramos de esa realidad, nos dio dos libros, uno de ellos de Anselmo Palini sobre Guatemala, El Salvador y los líderes que han trabajado por la justicia y la paz en estos dos países. En Guatemala, donde la gente nos acogió muy bien, éramos un grupo de diez jóvenes. Durante dos semanas trabajamos con jóvenes de la calle en el centro Mojaca, fundado por Gérard Lutte, un antiguo profesor belga de psicología. Algunos de los chicos acogidos tenían más de 25 años, muchos de ellos provenían del ámbito rural y varios habían vendido tierras a un precio por debajo del mercado para poder emigrar a la ciudad y buscar mejores condiciones de vida. Solo unos pocos habían completado los estudios elementales, por lo que les era muy complicado encontrar trabajo. Muchos de ellos se hicieron adictos a las drogas y los barrios donde vivían eran un foco permanente de violencia… Cuanto más tiempo compartíamos con estos chavales, más me gustaba estar con ellos. Pero verlos vivir en la calle, sin trabajo ni perspectivas de futuro, me interpeló y me hizo pensar si podía aportar un poco de esperanza con mi presencia. Estaban en situación de pobreza, una pobreza impuesta y muy poco evangélica. En sus pueblos la ausencia de instituciones estatales es notable y las estructuras escolares o sanitarias son precarias, lo que no les permite vivir con dignidad. Nuestra relación con ellos partió de cero. Fue la primera vez que hablé español con un no italiano. A pesar de este hándicap, tuvimos que explicarles nociones muy básicas: operaciones matemáticas muy sencillas, leer, escribir... Incluso aquellos que habían estudiado un poco se habían olvidado de todo esto. Además, aprovechamos para organizar varias actividades para facilitar su integración social y laboral. Nuestro propósito no fue ir a repartir dinero, sino a estar y compartir la vida con ellos. En ese tiempo percibí que su primera preocupación no es la estrictamente monetaria; hay otras cosas prioritarias para ellos: la seguridad social, la salud, los derechos de los pueblos indígenas o la igualdad de oportunidades. Son conscientes de que el dinero les haría olvidar la obligación que tienen de luchar por sus derechos. Si esto sucediera, se quedarían en una situación que se repite una y otra vez en muchos lugares de Guatemala y del mundo.

                        

El perdón cura las heridas provocadas por el resentimiento y renueva las personas, las familias, las comu- nidades y la vida social. El perdón es la clave de nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos El perdón es una necesidad. Si no perdono, no puedo ser perdonado. El perdón es un proceso, este es, un continuo crecimiento hacia la libertad interior. No olvidemos que algunas experiencias son tan dolorosas que requieren mucho tiempo transcurrido en el perdón.