El más reciente, el padre Juan Antonio Orozco
Alvarado, un franciscano de apenas 33 años, perdió la vida hace unas semanas
porque tuvo la mala suerte de quedar atrapado en el fuego cruzado de un
enfrentamiento entre cárteles rivales en el estado de Durango. Sin embargo,
antes de él, a finales de marzo, el padre Gumersindo Cortés González, un
sacerdote de 64 años de la diócesis de Celaya, en el estado de Guanajuato, fue
encontrado muerto, con evidentes signos de violencia y disparos, pocas horas
después de su desaparición. Antes, en 2019, había sido ejecutado el sacerdote
José Martín Guzmán Vega, de la diócesis de Matamoros (Tamaulipas).
Tres formas distintas, pero un solo hecho: en el
México violento, también los sacerdotes han pagado y siguen pagando un precio
muy alto, con una treintena de muertos desde 2012, según la precisa
reconstrucción del Centro católico multimedial.
El asesinato es la punta del iceberg de un contexto
de ataques, amenazas, intimidaciones, agresiones y profanaciones de iglesias.
Las diferentes formas en que estos y otros sacerdotes han perdido la vida
también revelan la complejidad del problema. Sería un error, de hecho, afirmar
que todos los sacerdotes asesinados son verdaderos "mártires",
muertos "in odium fidei". Pero tampoco es correcto afirmar, como se
hace a veces de forma un tanto simplista, que en un país donde el crimen
organizado mata a unas 80 personas al día, es "fisiológico" que de
vez en cuando "le toque a un cura".
Un deseo de golpear a la Iglesia.
Es cierto", dijo a Sir el director del Centro
Católico Multimedia, el padre Omar Sotelo, "el tema es muy complejo. Pero,
en general, se puede decir que, por un lado, el fenómeno de la violencia y los
asesinatos contra los sacerdotes está relacionado con el crecimiento del crimen
organizado y los cárteles del narcotráfico. Según nuestras investigaciones, en
el 80% de los casos, los sacerdotes son víctimas de la delincuencia organizada,
no de la delincuencia común. Por otro lado, en la mayoría de los casos se
quiere golpear a la Iglesia como institución, por su papel en la estabilización
social". Rodrigo Guerra López, uno de los directores del Centro de
Investigación Social Avanzada (Cisav) de Santiago de Querétaro y miembro de la
Academia Pontificia de Ciencias Sociales, confirma: "No se trata de
asesinatos por odio a la fe, sino que la mayoría de las veces son personas
incómodas para los grupos criminales las que son blanco de ataques, muchas
veces son ejecuciones reales".
Sólo la punta del iceberg.
Volvamos al análisis del Centro católico
multimedial, que había publicado un amplio informe sobre el tema en 2019, y que
sigue manteniendo el seguimiento de la situación. El padre Sotelo explica:
"Los asesinatos son sólo la punta del iceberg. Cada año se producen más de
50 episodios de amenazas e intimidaciones contra sacerdotes. Y cada semana, una
media de 26 iglesias son atacadas o profanadas. Luego están los secuestros, 5-6
en el último año. Afortunadamente, a veces acaban en libertad, pero tras la
violencia y la tortura. En cuanto a los asesinatos, a menudo se llevan a cabo
de forma especialmente brutal y cruel. Además, en muchos casos, tras el
asesinato, hay intentos de deslegitimar a los sacerdotes asesinados, incluso
por parte de las autoridades políticas. Se dice que iban a fiestas, que no
deberían estar donde están, o cosas así". ¿Por qué ocurre esto? "La
violencia en México es generalizada y la Iglesia está dentro de este contexto.
Sin embargo, además de las personas, es una institución que tiene un papel
social fundamental la que se ve afectada: la parroquia estabiliza la comunidad.
En consecuencia, el homicidio de un sacerdote, desestabiliza la sociedad, envía
un fuerte mensaje de intimidación. Se crea una narcocultura del terror. En
algunos casos, ha habido fuertes denuncias por parte del sacerdote, como
ocurrió en Matamoros, donde el padre Guzmán Vega habló de la complicidad del
Gobierno del Estado y denunció frontalmente al crimen organizado".
A decir verdad, en los últimos dos años, el número
de sacerdotes asesinados ha disminuido: 26 durante la presidencia de Enrique
Peña Nieto (2012-2018), 3 desde el presidente Andrés López Obrador. "Pero
sería un error", comenta el padre Sotelo, "decir que la violencia ha
disminuido, todos los demás indicadores dicen que no es así".
Además, a pesar de las intenciones del presidente
que tomó posesión en 2018, la violencia sigue siendo la dueña indiscutible de
México, como confirma Guerra López: "Hay que decir que la violencia es una
constante en nuestra historia, desde la época prehispánica. En el siglo XX, con
la revolución mexicana y la guerra cristera, adquirió tintes antirreligiosos.
La violencia más reciente se caracteriza por la delincuencia organizada, que se
ha profesionalizado y está dirigida por empresas sofisticadas. A menudo, los
cárteles se dividen y así se multiplican los grupos violentos y criminales. Los
sucesivos presidentes han intentado combatir la presencia del crimen organizado
de diversas maneras. Felipe Calderón (2006-2012) envió al ejército a controlar
el territorio, pero no acompañó esta elección con acciones a nivel bancario y
financiero. Si lo hubiera hecho, la corrupción y la complicidad de la política
también habrían salido a la luz. Cuando llegó López Obrador, anunció un cambio
de estrategia, basado en el diálogo, pero en los últimos tres años ha habido 80
muertes diarias, el doble que con Calderón.
Es necesario el diálogo con la Iglesia
estadounidense. Y las cosas no van a mejorar: "De hecho, se ha creado un
nuevo corredor de narcotráfico, una verdadera autopista que va desde Baja
California, en el norte, hasta Chiapas, en el sur. La mayoría de los candidatos
ganadores en los estados donde se votó hace unas semanas estaban abiertamente
respaldados por el narcotráfico. En mi opinión, no hay alternativa a una acción
global y a largo plazo, en términos de represión, prevención y controles
financieros". Guerra López concluye: "Los obispos han intervenido
varias veces, empezando por una fuerte intervención en 2010, e incluso hace
unos días. Apropiadamente, destacan el sufrimiento de los sacerdotes y de toda
la población. Históricamente existe un gran vínculo entre los sacerdotes y el
pueblo. Creo que, de cara al futuro, debería haber un mayor diálogo entre la
Iglesia mexicana y la estadounidense, dado que todo esto está ocurriendo
principalmente por el altísimo nivel de consumo de drogas en los Estados
Unidos. Los obispos dialogan sobre el tema de los migrantes, también deberían
ponerlo en la agenda, para ser cada vez más una 'Iglesia única' a nivel
continental, como soñó Juan Pablo II, y han seguido haciendo Benedicto XVI y
Francisco".