Uno de esos asesinos a
sueldo contó a un sacerdote que le habían ofrecido una cantidad de dinero para
matar al Obispo porque “está hablando demasiado”. El sicario afirmó que se
había negado a aceptar ese encargo porque considera que Mons. Jaramillo se
preocupa por las personas pobres y necesitadas como él mismo.
Un periodista que entrevistó a uno de los “capos” de la delincuencia en
Buenaventura también salió con la impresión de que los líderes máximos del
crimen en la zona del Pacífico habían decidido silenciar de una vez por todas
al molesto hombre de Iglesia. Además, por WhatsApp circulan amenazas de bomba
contra el Obispo.
Mons. Jaramillo se ha ganado la animadversión de los narcotraficantes y demás
grupos criminales por sus reiteradas denuncias de la situación de pobreza y violencia
que se está viviendo tanto en Buenaventura como en Tumaco, Popayán, Guapi,
Buenaventura, Cali hasta Istmina, Tadó, Quibdó, Apartadó… y el resto del
Pacífico colombiano.
Los
índices de pobreza de la región doblan los promedios del país. En
muchos lugares, incluida Buenaventura con sus más de 400.000 habitantes, la
población no cuenta ni con alcantarillados ni con agua potable, por citar algunas de las
carencias más notorias.
El sufrimiento de la gente
se ve incrementado a la enésima potencia por el clima de violencia que impera
en la zona. En lo que va de año, se han producido más de 50 asesinatos y 15
“desapariciones”, además del desplazamiento forzoso de más de 8.000 personas y
extorsiones sin cuento.
Toda esa violencia está
provocada casi exclusivamente por bandas de narcotraficantes y otros grupos
criminales que, ante el abandono y la limitada presencia del Estado, han hecho de la región su
campo de operaciones y compiten entre sí por el control del territorio y los
negocios ilícitos que generan enormes cantidades de dinero.
Mons. Jaramillo considera
que la ley del silencio impuesta por los carteles del crimen bajo pena de
muerte no hace sino normalizar y perpetuar esa situación de pobreza,
de dolor y de muerte que la población lleva tantos años padeciendo. Por eso, ha echado sobre
sus hombros la carga de denunciar las actividades de los narcotraficantes y
demás bandas criminales.
Aunque
es consciente de que, como él mismo dice, “denunciar es como grabar la propia
lápida”, el Obispo siente que no está haciendo sino cumplir con el deber que la
Iglesia le encomendó al designarlo pastor de Buenaventura: caminar junto a esa
comunidad sufriente, predicando la Palabra y ayudándola a superar las enormes
dificultades que enfrenta.
Mons.
Jaramillo, también conocido como el “cura mochilero” por sus incesantes
recorridos por las veredas de su diócesis para visitar a la gente, ha tomado
como modelo de su servicio pastoral a S. Francisco de Asís. Como el
“poverello”, el Obispo de Buenaventura está convencido de que mirar a los pobres
y compartir la vida con ellos es la mayor obra que se puede hacer en este
mundo. Y, como Jesús, está dispuesto a dar su vida en su defensa.
El perdón cura las heridas provocadas por el resentimiento y renueva las personas, las familias, las comu- nidades y la vida social. El perdón es la clave de nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos El perdón es una necesidad. Si no perdono, no puedo ser perdonado. El perdón es un proceso, este es, un continuo crecimiento hacia la libertad interior. No olvidemos que algunas experiencias son tan dolorosas que requieren mucho tiempo transcurrido en el perdón.