3.
REDESCUBRIR
NUESTRAS CERTEZAS (profesión de fe)
o Nutrirse de Palabra de Dios y de Oración: cuando el
acontecer es más desafiante, resulta más urgente abrir el corazón al Dios de Jesucristo
y confiar a su Amor todo lo que nos pasa. La contemplación silenciosa, larga y
fecunda, nos abre paulatinamente el misterio de la vida. Aunque permanezcan
muchas preguntas sin respuesta, desde la oración nace la luz, increíblemente la
paz empieza a vislumbrarse al final del túnel. La Palabra de Dios encarnada en
la historia nos revela lo esencial para dibujar el horizonte.
o Redescubrir las certezas verdaderas. La dureza
de la pandemia nos constriñe a consolidar nuestros cimientos de fe y los
valores humanos y divinos. El ancla en medio del oleaje es el Plan amoroso de
Dios nuestro Padre. El fundamento antropológico es nuestro origen en el Dios
Trinidad, la urdimbre de amor materno donde hemos sido creados y al que
pertenecemos: somos chispas del fuego divino y en ello radica nuestra grandeza
y seguridad. Todo absolutamente trascurre bajo el soplo de la Ruah que
habita en nuestro íntimo y al interior del cosmos. Nuestro Credo, herido por el
dolor, está sólido en el Dios de la Alianza, que en ninguna circunstancia dejará
de sernos fiel. Las crisis no hacen sino sacar a flote nuestras convicciones
más profundas y colocar a Dios como el Señor de nuestra historia y como alma de
nuestros pueblos. Al hacerse “carne”, Dios se hizo frágil, humano,
mortal… al establecer “su morada entre nosotros” (Jn 1,14) no deja de dar
sentido a nuestra existencia. En Él, a pesar de todas las pandemias, es hermoso
ser humanos.
o Prepararse a una explosión de gozo. Durante el
frío del invierno parece todo muerto, sin embargo, es cuando las raíces
alcanzan más profundidad y se cargan de mayor energía para, apenas asome el
calor de la primavera, explotar en colores de belleza incomparable. Este es el
secreto de la vida cristiana; poseemos una luz capaz de penetrar las
oscuridades más espesas y la belleza de la fe es más esplendente que la amenaza
de cualquier maldad deformante. Desde que nace el sol hasta el ocaso, llevamos
su paternal morada en el corazón, somos Suyos cotidianamente, aunque ni
siquiera lo sospeche nuestra mente adormilada. La verdad más verdadera es que
nada ni nadie puede arrebatarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús (Rom 8,31-39)
ACTITUD MISIONERA
COMBONIANA:
“Vayan por todo el
mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15)
Hoy más que nunca, a
nosotros los misioneros/as toca ofrecer al mundo un anuncio-testimonio fuerte y
coherente, con nuestra palabra y con el arrojo de nuestro ejemplo, sobre la
persona de Jesucristo y su Evangelio transformador. La humanidad está
urgentemente necesitada de la paz del Señor Resucitado y del Proyecto de su
Reino de hermandad, justicia, verdad, libertad, reconciliación e inclusión para
todos, en particular los más pobres y abandonados y los que aún no lo conocen
porque nadie se los ha anunciado.
“Yo estaré con ustedes todos
los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)
Nuestro Fundador nos
enseñó que “las obras de Dios nacen y crecen al pie de la Cruz”; bajo esa
visión, también esta pandemia resultará una cruz florecida en pascua de caridad
misionera para la humanidad. Nuestra tarea es ser profetas de esperanza, sin
condiciones y sin límites ni de tiempo ni de fronteras. La gente nos espera,
aunque digan otra cosa las ideologías: quiere les conduzcamos a Dios, su único “Camino,
Verdad y Vida” (Jn 14,6), sin añadidos ni preámbulos.
4. IDENTIFICAR NUESTROS APRENDIZAJES VITALES (conversión-metanoia)
o Elegir Amar y Confiar.
Visualicemos qué haríamos si no tuviésemos miedo. Optemos por una vida llena de
amor y entrega a los demás y de bella armonía con la creación entera. Esta
pandemia puede ser un Kairós (la hora de Dios) y el amor es la palabra
clave. Si nosotros cambiamos todo cambia, esperar a que las cosas se modifiquen
de manera supersticiosa, es una vana ilusión. Siempre es posible volver a
empezar, de hecho, cada mañana es una nueva creación.
o Llenarse de Autoestima y Cariño.
Reconozcamos nuestros muchos recursos y capacidades. Pensemos quiénes somos en
realidad y hagamos memoria de todo lo que hemos sabido enfrentar y vencer.
Nuestras limitaciones y errores ahora son nuestra mejor escuela. Nosotros lo
podemos lograr. Aprendamos a valorar lo que tenemos. Aquí y ahora.
o Asumir un estilo de vida impregnado de Evangelio.
Mi servicio en la presidencia
de la Conferencia Ecuatoriana de Religiosos/as, me ayudó mucho a evaluar la
manera como estamos enfrentando la pandemia en cuanto Vida Consagrada. A través
de diálogos personales, encuentros virtuales y retiros a Congregaciones… puedo
ahora compartir algunas de esas constataciones:
LA PANDEMIA ME ESTÁ AYUDANDO
=
- A caminar
más humildemente tras las huellas de Cristo para aprender a amar
incondicionalmente. Me siento con ganas de empezar desde cero con el Señor, en
autenticidad.
- Volví a
descubrir la centralidad de la oración en nuestras vidas, mi relación con Dios
(tan descuidada) ahora es más vivencial desde la realidad. Tenía muchos años
que no oraba como lo estoy haciendo hoy.
- Este tiempo
me ha llevado a la reconciliación con Dios, conmigo mismo y con los demás. He
debido pedir perdón por todo lo que he hecho mal. Al comprobar la fragilidad de
la vida, me he mirado en profundidad y estoy buscando la conversión.
Igualmente, a nivel social, hemos creado verdaderos infiernos. Si estamos
llenos de miedo es a causa de nuestros apegos, rabias, egoísmos y el no
aceptarnos como simples creaturas. La reconciliación es el antídoto que nos
cura y nos llena de paz. La reconciliación, en este momento particular, es el gran
don que Dios quiere regalarnos para superar la crisis.
- Estoy
convencido/a que Dios no quiere que los seres humanos manipulemos la vida y la
creación provocándonos enfermedades que nos matan. Esta pandemia purifica mi
creencia en Dios. Él es Amor y quiere que nos cuidemos, abracemos, acompañemos
y ayudemos mutuamente.
- Me doy
cuenta que en nuestra comunidad estamos haciendo mucho de lo que se nos había
olvidado por largo tiempo: nos escuchamos en hondura y hablamos sobre nuestros
sentimientos, nuestros familiares y amistades son de todos/as, a pesar de las
tensiones normales somos capaces de sonreírnos y hasta jugar juntos/as… este
tiempo duro compartido nos ha hecho hermanos/as de verdad.
- Más allá de
las carencias económicas, hemos experimentado que necesitamos poco para vivir.
Me parece increíble que logremos estar bien y felices con poco, como la gente
sencilla que nos rodea. Compartimos todo con espontaneidad. De cuantas posesiones
debemos liberarnos para servir con mayor disponibilidad a las cosas del Reino
de Dios. Es verdad que el consumismo es
una droga.
- Constato cuánto
quiero a mi gente, lo que más me duele es no poder ir a abrazarlos y solo estoy
pensando en qué forma vamos a luchar juntos para salir adelante y vencer tanta
pobreza e injusticia. Nos llamamos con cariño y nos extrañamos, nos sentimos
Iglesia viva.
- La pandemia,
a pesar de todo, rompió el espejismo de lo que llamábamos “normalidad”:
precisamente lo que nos enferma es nuestro egoísmo, sistemas económicos
esclavizantes, modelo de desarrollo que destruye la “casa común”, un estilo de
vida que nos separa y nos narcotiza con el consumo y medios tecnológicos que
nos encierran en el individualismo. A esa normalidad no queremos regresar sino
a un mundo diverso.
- Me parece
que la madre tierra nos está diciendo: sí es posible una relación armónica y
respetuosa, sin contaminación ni explotación depredadora, ni destrucción de las
especies. como tampoco el descarte sin medida. En el fondo, todo tipo de
violencia e injusticia debe desaparecer para dar plenitud a toda forma de vida
creada.
- Soy una
persona estructurada como una máquina, todo era guiado por mi agenda repleta y
nunca tenía tiempo que perder para los demás. Como un rayo caído del cielo, me
vi obligado/a a “descansar” y a posponer compromisos. Con gran sorpresa
compruebo que nada se perdió sino todo lo contrario, que la vida sigue adelante
con mayor armonía. Aprecio más los detalles significativos y doy valor a lo
pequeño. La gran lección: vivir con plenitud el momento presente. Voy a luchar
por adquirir esa libertad interior en medio de las responsabilidades.
- Siento que
ahora mi prioridad debe ser el ministerio del consuelo, el acompañamiento de
los duelos del pueblo, particularmente de los más pobres y abandonados, con el
fin de construir un mundo más humano, equitativo y en paz.
- Personalmente,
el confinamiento me llevó a la lectura y al estudio, han sido tiempos de formación
permanente, en vistas a un apostolado de mayor calidad. Más que nada se nos
pide una gran creatividad para explorar caminos inéditos de evangelización. Los
medios tecnológicos llegaron para quedarse en la realización de la actual misión
integral.
- Ser misioneros/as de
la ternura de Dios (profetismo) – esa es mi aportación – escoger servir a esta
humanidad sufrida y hambrienta de misericordia. Si esta pandemia nos hace
misioneros/as más “humanos” y más “presencia de Dios”, habrá valido la pena
tanto sufrimiento.
ACTITUD MISIONERA
COMBONIANA:
“El Buen Pastor da la
vida por sus ovejas” (Jn 10,11)
No se trata de aplicar
un parche o un remedio parcial, esta crisis planetaria demanda un modo diferente
de vivir y de entender el mundo. No del Gran Reseteo (Gran Reinicio) del que
algunos iluminados están hablando, sino de la conversión del corazón, de la
mente y de la voluntad según Dios. Es a Cristo muerto y resucitado a quien
debemos predicar y aprender a amar como Él sin límites. Se nos exige una forma
de relacionarnos como hermanos y un modelo
socio-político-económico-cultural-ecológico que coloque la dignidad de la
persona humana al centro. A nivel eclesial se nos exige coherencia con el
Evangelio y entrega incondicional a los pobres, una vida en comunidad sinodal
empeñada en construir la igualdad y la esperanza. Misioneros enamorados de Dios
y de los pobres, dóciles a la acción del Espíritu Santo.
Desde la “minoría” como
“levadura en la masa” (Mt 13,33)
El gran riesgo de la “era
post-pandemia” será la pretensión de recuperar lo de antes. Vamos a requerir
una enorme conciencia crítica y decidida, como células pujantes, para nadar
contra corriente dentro de un sistema alienante y una masa alienada. El futuro
será de pocos grupos, pero fuertemente concientizados. La formación del
liderazgo será enormemente importante para “no echar en saco roto” (II
Cor 6,1) tanta gracia recibida. Pequeñas comunidades, un programa claro para un
mundo alternativo, con el sabor de Dios para fermentar a la humanidad. Hagamos
que suceda lo que soñamos. Somos “polvo de estrellas”, somos el orgullo del
Creador (san Ireneo de Lyon – Salmo 8), porque en nosotros se manifiesta la
grandeza de la divinidad. Seguramente no seremos multitudes, pero la fuerza de
los pobres con convicción es indestructible, “porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10). La tarea está clara: volver a lo
esencial del seguimiento de Jesús, humanizar los procesos comunitarios, asumir
nuestra vida como un camino de continuo crecimiento, hacia una renovada
vocación mística-profética-misionera, al servicio de un mundo preñado de
Evangelio, como Iglesia sinodal en salida misionera hacia las periferias
compartida con todo el pueblo cristiano.
CONCLUSIÓN: ABANDONO
FILIAL EN DIOS (santidad humilde)
La incertidumbre
continúa, no sabemos ni cómo ni cuándo terminará esta pandemia. No existen
soluciones fáciles. Junto con ella las otras “pandemias”: corrupción, violencia,
pobreza, exclusión, inmoralidad, manipulación mediática, desplome económico,
destrucción ecológica, falta de sentido…
Pongamos “manos a la
obra”, confiados en Dios que nos cuida y nos acompaña con su gracia. “Dios es fiel y no permitirá que sean
probados por encima de sus fuerzas…” (ICor 10,13). Entreguémosle nuestra
vida sin reservas. Oremos serenamente y dialoguemos desde nuestro corazón con
nuestro Padre Dios. De manera muy especial, invoquemos a María nuestra Madre,
ella ha estado todo este tiempo a nuestro lado, nos ha sostenido como hijos/as
suyos amados, nos ha consolado en nuestras lágrimas, gracias a ella todavía
estamos de pie. La Virgen Santísima acompaña a los moribundos y da fuerza
insospechada a los médicos, enfermeras y a todos aquellos que arriesgan su vida
para salvar vidas. Ella nos anima en nuestra lucha cotidiana y nos enseña a ser
valientes discípulos misioneros de su Hijo.
La misión hoy es una
experiencia mística, permitiendo a Dios ser Dios en nosotros. Comprometámonos
sinceramente todo lo que podamos, pero, finalmente, dejemos a El realizar lo
que a nosotros resulta imposible. La fe es lo único que nos sostiene. Solo Dios
basta.
Esto no se ha acabado.
Confinamiento y desconfinamiento. El cansancio nos abruma con frecuencia, pero cada
vez es más rotunda la determinación por salir adelante transformados… Aún en la
pandemia estamos siendo bendecidos… Estábamos acelerados y distraídos del
misterio de la vida, ahora es la oportunidad de recuperar la ruta… El desafío
misionero desde la pandemia consiste en entrar en Getsemaní con Jesús, para obtener
la fuerza de acoger siempre la Voluntad de Dios que nos resucita.
“Vengan
a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré…” (Mt 11,25-30) … “En el amor no cabe el
temor…” (I Jn 4,18)